Editado por Mariel Ollivier
Una mañana el sol se despierta y las palomas gritan, aunque a veces cantan. El cielo está parcialmente nublado. En la distancia, el cielo azul claro se mezcla con tonalidades moradas, naranjas y amarillas. Se ve como una pintura de van Gogh. El sol se filtra por una capa de nubes. La luz pasando por allí calma la tierra con una cobija de luz delgada.
Construida sobre la tierra, hay una casa con césped rodeando la propiedad. Hay árboles, también, de todos tipos, abrazados sobre camas de grava. A veces, las malezas pasan por la faz y sobreviven. Afuera de la cocina hay un camino de grava que le guía al hombre a donde guarda sus animales. Hay rocas formando un camino que te permite deambular por la grava hacia adelante con una curva muy suave. Alguna vez, un profesor de matemáticas al ver este camino se enamoró de su forma. Si tiene prisa al salir, hará mucho ruido en la grava. La tierra de esta propiedad está mantenida meticulosamente. Por detrás, hay una colección de árboles aislados en un mar de césped. Hay rocas medianas que separan los árboles desde el césped, formando un círculo alrededor de la base de cada árbol. En medio de cada uno hay matas con hojas cerosas. Los colores en las hojas mezclan verde y rosado, persiguiéndose hacia el infinito. En total hay seis árboles de diferentes edades. Durante el día, el sol pasa por las hojas, iluminando la tierra, formando olas de sombra. Las hojas cogen el arroyo de luz y empieza el proceso de fotosíntesis. Por esto y otras cosas, el árbol tiene vida.
Un hombre se despierta con el sol y las palomas. Prefiere cuando las palomas cantan, pero estas no siempre lo hacen o no son lo suficientemente sonoras. Pensaba en pagarle a alguien para hacer que las palomas cantaran. Les enseñaría todos los clásicos de Beethoven, Led Zeppelin, Selena, Mick Jagger. El imaginó cuántas personas no gozarían escuchar un coro de “El Chico del Apartamento Cinco-Doce”.
De pronto, se estira y se sienta en un cojín para permitir que el mundo fluya. Respirando lenta y suavemente, el mundo entra y se sincroniza con él. Después de un rato, cuando su cuerpo y mente tienen poco flujo, se levanta y entra por la cocina. El sol, todavía redondo, se muestra y toda la energía del mundo entra por sus ojos. Después de un rato, se imagina a su doctor infeliz de verlo. “No importa,” él piensa, “hay tantas cosas que me pueden matar, si quisiera elegir alguna está el sol, los cigarrillos, el mezcal, ¡y las picas de las montañas! Tantas por elegir y yo no soy un hombre perfecto. Y hay que elegir alguna manera a morir. Matarte por algo, no hay ningún hombre que existe como una isla.”
Llega al lavabo a lavar sus manos y cepillar sus dientes. Algunas mañanas, le gusta tomar café, algunas otras, le gusta tomar té. Depende de cuántas horas dormía, si tenía pesadillas o buenos sueños, cuales canciones tocan en el radio, cuantos planes tenía, la posición del sol, si las acciones estaban subiendo o bajando, si su ex-novia había tenido sexo la noche anterior o si el mundo continuaría girando. Está mañana, él toma un té negro con algunas gotitas de miel. A él le gusta comer una variedad de cosas en la mañana; huevos fritos con rúcula, aceite, sal, y pimienta o avena con bayas locales, o pan con tomate y aceite.
Después de un tiempo disfrutando el silencio, su comida y té, la tierra afuera lo llama a mantenerla. Las hojas y las ramas callan por la tierra. El hombre sale de la cocina, se viste, y pasa por el medio ambiente. Las ramas de los seis árboles están unidas por el césped como barcos en el mar. Cada día, el hombre lleva las ramas a un lugar para reciclar. Cada día más ramas callan. Como un relámpago, las ramas nunca caen en la misma posición, por lo que la ruta de búsqueda cambia diariamente.
Desde la cocina, atraviesa la puerta de cristal y ¡helos ahí! El marinero ve todos los barcos navegando por el mar. Parece una bahía de barcos, esperando un rato antes de seguir sus viajes de vida. Con su telescopio planea la ruta para llegar a cada barco y dirigirlos. El hombre camina hacia una rama que está tumbada en el césped. Las briznas de verde la sostienen en su descanso. Después del callo caótico, la rama agradece mucho el descanso. La luz dorada de la mañana la baña. El hombre, entregado a la energía otorgada por el té, camina fluidamente hacia la rama. El césped amortigua sus pisadas, transformando su andar como el de una patinadora deslizando sus patines a través el hielo verde, con la gracilidad que solo da una docena de años de práctica.
Cuando llega a la rama, se dobla para recogerla y se encamina por otras. Deambulando por el césped, recogiendo ramas, eventualmente, el hombre se encuentra con las manos llenas. ¡Ya no puede recoger más! Las tira en un recipiente de compost y retoma su labor compiladora. De vez en cuando, mira a las flores, el cielo, las nubes, admirando los detalles del mundo. “¡Qué belleza!” piensa. Después de un rato, ha recogido suficientes ramas y regresa a casa. El césped brilla cuál verde mar, sin ramas por barcos. Es un césped perfecto. Desliza la puerta de cristal para entrar a la cocina. Cuando su mano toca el picaporte para cerrar la puerta, una ráfaga de viento afloja una rama. Esta cae mientras la puerta está cerrando y al cerrar, la rama choca con la tierra. Se sienta para relajarse y reflexionar sobre el trabajo, la rama terminó en el césped cuando él posó sus nalgas en la silla.